Descripción de lo que turba (fragmento)

T. de Lempicka

Canta en la señal de las auroras un cascabel de oro
en la garganta. Al galope, como aroma de azucena,
huye la ceguera.
Entonces yo adivino:
te daría mis ojos para que nunca te cansaras de mirarme.
Fue cuando tu caricia encendió la culpa
en el breve mar de mis labios.
Jamás tu lengua en la rosa colmena de mi oreja, jamás roce.
Sentí tu piel
como el oculto desencanto de alcohol en los cobardes
y el fuego, la nube del sueño que me inflama,
ardió para ti toda la noche.
Al alba de la salamandra me erigiste en barro
soplo de tinta que amenaza los papeles,
edad de los frutos, edad de los cerezos.
Cerca de la lluvia me obligué a crecer entre las setas.
Decirlo ahora es como invocarte,
tenerte tan cerca como yo y yo,
saberte ídolo, dulce de regaliz
que sabe como la ira cuando se disfraza de hombre,
víbora que espera en los centenos la humillación
el espacio esquivo de tu pie.
Cuando crezcan las dalias junto al pozo
una lluvia violeta cegará la córnea de los búhos.
Imaginarás un mapa en mi costado
y me cubrirás con alfileres;
entonces será cuando yo calle todas las heridas
y el silencio comenzará a crecer como la hierba
como la raíz del deseo bajo mi ombligo
perfil de cuantas flores imagines.
Consiento, cedo cual gacela que sabe de todo cuanto huye.
En el límite del grito
otra vez los dos nos moriremos de mentira.
Antes te besaré sin asco
y tú prorrumpirás en alabanzas.
Márcame con la calimba, déjame huellas
marcas como el carnero de dueño tan celoso
al que cegaran los ojos con azufre,
esquilan en invierno,
no degollan en la víspera.
Flautas.
Sólo sonaré para ti
y preservaré mi cuerpo con zarza...

J. C. Mestre, "La visita de Safo"